Sueño y misterio de la flor
El tiempo es breve en la vida de la flor. Tanto es así que su presencia es tan viva y cautivante como la presencia de su muerte, y el esplendor de su nacimiento no daña el pronto preludio de su agonía. Es como una constante ilusión constantemente desvanecida que el artista preserva de alguna deslumbrante o mortecina intermitencia.
El paso de un estremecimiento.
Esta exposición, hecha de imágenes de unas cuantas flores en unos cuantos momentos de su existencia relata la historia de un sentimiento arraigado en la belleza de las flores, referido a mis bellezas privadas.
Las bellezas privadas surgen sin ley presumible de los escondrijos interiores del artista y graban el índice de su historia.
Bien que mal, la tarea del artista se encuentra en la apropiación de un significado oculto de la realidad exterior. Lo que ahí contempla revierte en su mundo íntimo y luego lo expande hacia fuera, devolviendo así el sentido de las cosas al lugar donde pertenecen. ...
México, enero 1978
(Extracto del catálogo del Museo de Arte Moderno de México)
Hueyodaratú
Nombre cabalístico que designa el tiempo en que florecen las daturas en San Juan Hueyapan (datura ceratocaula). Son flores muy blancas, de poderoso y cautivante perfume. Al caer la noche, se desenroscan lentamente en las orillas de la laguna y se cierran al amanecer. Tiempo embrujado, que embelesa y desboca.
El caminante que por allí le ha tocado pasar en el preciso y único instante que se abre la primera datura, pierde su paso acostumbrado y emprende un extraño viaje por el camino que el perfume mágico ha pintado sobre el agua.
Con las luces de la mañana, cesa el embrujo y se desvanece el viaje. ¡Esto fue! “Alomatri”, “Tagarnamdiú”, “Riquitavi”, “Yarniú…” palabras irreconocibles que nombran las vibraciones de un tiempo sin memoria.
México septiembre de 1979
(De los Cuadernos de notas de Antoni Peyrí)
Sombras
Señor de sus oscuridades...
Señor de innumerables luces de luna...
Rainer Maria Rilke
Señor de las fuerzas invisibles.
Señor de los hálitos poéticos.
Silencio del poeta cansado de un mundo inútilmente descrito por la luz externa. El gran poeta que se escucha en las incertidumbres de la oscuridad, el que quiere un mundo vivido en la inquietud de sus misterios, en la fluidez imaginaria que fecundan las sombras... Allí donde pueden clarear los enigmas del destino y el sentido profundo de cada cosa.
Barcelona, abril de 1993
(De los Cuadernos de notes de Antoni Peyrí)
Pie de sombra
Los pie de sombra pertenecen a un misterio remoto. Eran unas extrañas criaturas que disponían de una sola pierna, ágil y poderosa, con la que se desplazaban a saltos muy elevados, casi volando.
Utilizaban su gran pie palmeado a modo de parasol recostándose sobre la espalda, para crear su propia sombra. De ellos habla por primera vez un viajero llamado Scylax, que recorría la India siglos antes de Jesucristo. Aparecen brevemente en una escena de nacromancia de “lLas aves” de Aristófanes y pronto se pierden en una incierta y oscura imagen legendaria. Quizá por fin encontraron su última sombra que ansiaban, y ahí prosiguen ocultando su existencia secreta.
Cuando sentía revivir en mí el misterio de los pie de sombra anotaba imágenes y sentimientos como claves para concentrarme y penetrar en su esencia. Transcribo aquí algunas de estas notas, pensando que en algo pueden ilustrar el origen de mi pintura reciente.
El pie de sombra tiene un pie que no es pie y una cabeza que no es cabeza.
El pie es inmaterial y mutante. Puede parecerse a una nube o a ciertas hierbas y flores o a una parvada de pájaros o es un tejido sutil de materia desconocida o es apenas un aire suyo, agitado por la pierna única. No es exacto decir que es un pie muy grande, porque carece de forma final, como también de peso.
El resto del cuerpo no lo puedo precisar. Creo que es más un cuerpo de mujer que de hombre. Un cuerpo cobijado o calado por el haz de sombra que sobre sí mismo derrama. Así no tiene silueta fija. Se define por los límites de un territorio cambiante, de sombras y sueños privados.
Como el pie de sombra es el único ser que decidí sobre tiempo y calidades de luz y sombra, nunca se ve como los demás seres, en los que la luz y la sombra son decididas desde afuera. Es por eso que, a veces, se me pierde dentro de un paisaje en el cual, sin verlo, sé que está presente.
El pie de sombra ejerce una influencia mágica sobre su entorno. Cuanto más cerca se está de él, más alteradas están las relaciones entre cielo, agua y tierra. Desde lejos, se adivina su presencia por cómo la luz y la sombra han cambiado sus reglas habituales, tal vez en busca de otros significados. Hasta los horizontes más lejanos se perfilan de otra manera.
El pie de sombra casi siempre se sombrea, casi siempre sueña.
El pie de sombra sueña cuando quiere soñar.
El pie de sombra sueña los sueños que quiere soñar.
México, enero de 1984
(Del catálogo de la Galeria Pecanins de México)
Mi laguna
Desde hace tiempo mi obra relata la historia de la laguna de Hueyapan, que es una parte esencial de mi propia historia.
Mis series anteriores -El fin del tiempo, Hueyodaratú, El viaje de los muertos- y esta de ahora, Mi laguna, pertenecen, de hecho, a una misma agitación interior y a una misma presencia externa. Ya en la serie Sueño y misterio de la flor, que antecedió las otras, se podía ver una extraña seducción por Hueyapan, una emocionada incertidumbre. En aquel tiempo se manifestaba como expresión de los pasos inquietos que me acercaban a la laguna antes de detenerme en sus dominios, como un primer sentimiento de tránsito permanente, de fragilidad, de ausencia de tiempo, en todo aquello que tanto profusamente florecía y perecía en los territorios de la laguna en cada momento de cada día. La flor, símbolo de la condición efímera de la belleza, vaticinio de las flores blancas que embrujaban en el oscurecer, en el tiempo de Hueyodaratú.
He recorrido las orillas de la laguna a todas horas del día y de la noche. La he visto de muchas maneras y siempre conservaba su naturaleza primigenia, misteriosa y eterna. Como pozo del tiempo y como ojo alucinado, tierno, sensual, danzarina, sorna, austera, siniestra. Como tiniebla del día o joya rubicunda de la noche. Nunca ha dejado de sorprenderme. Cada vez que me sentí más cautivado, cada vez más poseído, más a punto de entender quién sabe qué misteriosos mundos guardados en su embalse ... y creciendo dentro de mí una fluida sensación de abandono a sus fuerzas escondidas, un profundo sentido de pertenencia y entrega.
A veces me parece que la vida del artista oscila sobre el mando de una extraña fatalidad, como este encuentro con la laguna. La sensibilidad esparcida sin freno abre un camino sinuoso por el que el artista emprende su viaje, hasta cuando la fatalidad lo detiene y decide el territorio que le pertenecerá para siempre. Puedo imaginarme que le pasó algo así a Morandi cuando vio su alma reflejada en una particular botella, o Rothko, en un cierto fragmento de cielo: algo que repentinamente se muestra amaneciendo las emociones para decirnos como ser fieles al centro irrepetible de nuestro ser y a aquello que entrañablemente lo ha tocado.
México, marzo 1982
(De los Cuadernos de notes de Antoni Peyrí)
El valle más lejano
De la vida emotiva que hay en mis obras he aprendido a sentir un tiempo que no entiendo como tiempo sino un estado indefinido y profundo del alma que escapa a las dimensiones que la existencia puede atreverse a cuantificar y que se aferra a visiones que pausan la cronología.
He adquirido la convicción que estas visiones del alma, despertadas por sentimientos en la oscuridad del inconsciente son particularmente luminosas y anteceden toda comprensión profunda; siento que se hallan en el cruce del tiempo y el destino en el que todo se detiene y entonces emergen las vivencias más intensas. Necesito mucha fe. Al persistir las visiones y devenir obsesión apasionada indica que atesoran una llave de energía fundamental que abre a un misterio. Finalmente, el arte solo es la pista de un misterio y debe ser captado en este sentido, sin descifrar, como el signo de un espacio intermedio, dinámico, que podrá encender un lejano fuego.
En mis últimas obras aparece de forma obsesiva un valle, cruce de tiempos y colinas, embalses de aires y aguas, de luces y sombras. El valle establece un orden en mi pintura, un orden roto por el viaje de las emociones que, como es habitual, desbordan cualquier tendencia de sumisión, moviéndose en variaciones inesperadas, fundamentando el principio de todo suspiro. Así se forja una nueva imagen, otra visión, otra ley del sentimiento tan enigmática como la que deja.
Me persigue la sensación que la vida es una incansable persecución de los sentimientos que desearía experimentar… y la imagen de un valle, el valle más lejano, es donde residen los sentimientos más inalcanzables, y allí quedan, contra el transcurrir del tiempo, esperando que el tiempo se detenga.
Antoni Peyrí Macià
México. Septiembre de 1985.
(Extracto del catálogo de su exposición en el Museo de Arte Moderno de México)
El fin del tiempo
En el lindero del fin del tiempo vela un ángel apocalíptico. Nadie puede rebasarlo sin que pierda memoria de las cosas explicadas.
El ángel concede el paso a un hombre de ánimo rendido.
El hombre descubre, extasiado, otro mundo con otro sentido de tiempo, un paisaje prodigioso agitado por vientos extraños que reviven sus emociones desgastadas. Los horizontes han desaparecido; más bien, han dejado de ser fronteras divisorias entre cielo y tierra; ahora son perfiles mutantes que mueven rítmicamente el entramado del espacio. A veces aparecen misteriosas siluetas, fantasmas precisos que enmarcan elementos primordiales de la naturaleza. Y luego desaparecen las siluetas… y después se recrean exaltándose en bellas sonoridades. Cualquier contorno es efímero, pero un inmenso campo lumínico persiste e impone un orden siempre insólito, de incesante variedad. Hay instantes de calma profunda, de magia segada que sólo deja oír el desliz sigiloso de ciertos seres flotantes de diáfana sustancia… como trozos de aire floreado o nubes vegetales o encajes de rastros de agua. Hay otros momentos de intensa animación, cuando todo danza en el juego de la sensibilidad más incisiva; danza vivísima, maravillosamente despejada, de gesto veloz y vibrante, de hierba y de viento…
Estremecido, el hombre siente que acaba de perder su pasado. Porqué ahí cada cosa está en su justo lugar, con la luz y el color y el ritmo que le corresponde. Ya nada es engañosamente reconocible.
El tiempo descarnado del campo de concentración de Görlitz no pudo perturbar a Oliver Messiaen, ya que él sabía mucho sobre el tiempo desmedido. Vivía dentro de la extrañeza de vivir y, puesto que disponía de una sensibilidad inusitada, logró inventar su propio tiempo. Decía tener los “sueños coloreados” y ello le permitió elegir los colores de su música. Como las viejas teclas de su piano que ya no se recuperaban al hundirlas, se hundió en las horas sin curso, en el sitio sonoro de su tiempo interior. Por tener los sueños coloreados se puso a tocar aquel piano paralítico, para que así el fin del tiempo fuera el verdadero espacio del color, y el ritmo del color la virtud del sonido, y el sonido del tiempo el eco de su alma.
De un viejo piano y tres instrumentos de cuerda –casi sin cuerdas– nació una misteriosa melodía, “el cuarteto del fin del tiempo”, que él no pintó porque no pintaba y que yo he tratado de pintar antes y después de haberle escuchado.
Pinturas y dibujos de Peyrí
Serie FIN DEL TIEMPO
Exposición individual. Colegio de México, 1980.